Mudanzas



Dicen que uno se muda para dejar cosas atrás, para olvidar, para comenzar, para ser otro, para reinventarse o reencontrarse. Dicen que uno se muda cuando hay problemas, cuando hay necesidad, cuando ha llegado el momento de hacerlo, cuando tiene que hacerlo.

En mi vida he pasado por dos mudanzas y cada una de ellas me marco el pecho como una aguja. La primera de ellas fue familiar. Yo tenía 12 años cuando me mude de la casa de mis abuelos. Allí vivíamos mis padres mi hermano y yo. Fue una experiencia traumática, porque como se suelen dar algunas historias, comenzó con una pelea. Mi padre discutió con mi abuelo y fue aquel el último día que pasamos juntos en la que yo siempre llame, y sigo llamando aún, ahora casi 15 años después, La Casa de Palomino.

Es gracioso, pero uno suele tener recuerdos imborrables de las cosas que sufre en su juventud y el mío, mi recuerdo, es una imagen en movimiento. En ella, estoy en un taxi sentado al lado de mi madre mirando por la ventana hacía la que en ese entonces fuera mi habitación, con las lágrimas cayendo despacio por mis mejillas, volteando de rato en rato para que no me vieran. Nunca me ha gustado que me vean llorar. Tenía atragantada en la garganta una pregunta que le quería hacer a mi madre, pero que por las circunstancias y el miedo nunca le hice: ¿Mamá ya no vamos a regresar nunca?

La segunda mudanza que me marco fue una laboral. Cuando tenía 25 años encontré el lugar perfecto para trabajar. Perfecto para mi claro está, una librería. Estaba feliz, el trabajo, los amigos, mis relaciones, eran de lo mejor, vivía y moría por mi trabajo. Pase allí dos años esplendidos. Por las tardes, junto con el que por aquel tiempo fuera uno de mis más cercanos amigos, caminábamos por los parques de Miraflores hablando de libros, filosofía, música y mujeres. Siempre recuerdo las tardes soleadas con los arboles moviendo sus ramas sigilosamente mientras pasábamos por las veredas fumando un cigarro o tomando un Aquarius.

Todo iba bien, todo era nuevamente perfecto, hasta que de un momento a otro un señor grande, gordo y feo (así es como lo recuerdo) dijo: “Chicos, nos mudamos”. Yo estaba cerrando una campaña de marketing muy importante para la empresa y no me mude de Miraflores hasta que desarmaron la última oficina así que se podría decir que no fui mudado sino desalojado. Yo miraba con angustia como iban cayendo las paredes de las oficinas, como se iban llevando las alfombras, como poco a poco nos íbamos quedando sin agua, sin internet sin luz. Miraba con tristeza como una parte de mi se quedaba en esa oficina y como sabía que era el momento de comenzar otra historia.

Fue así que con mis cajas y mi mochila llena de historias enrumbe hacía Chorrillos donde permanecí un mes para luego recibir una noticia inesperada. Una de las más grandes empresas del país me había contratado.

Y aquí estoy ahora, en esta empresa grande y exitosa a punto de partir nuevamente a nuevas oficinas, con las cajas al lado, con los archivadores listos para ser empacados y mi PC que me mira sin reconocerme aún del todo. Lo raro es que esta no es una mudanza triste como las dos anteriores. Es una sensación extraña la que me embarga, como la que sienten los marineros antes de enrumbarse hacía la mar sin saber a donde los llevará el viento ni si todos los tripulantes llegarán a destino. Pero la brisa ya comienza a sentirse cerca y es hora de partir.

Comentarios

  1. La vida está llena de experiencias traumáticas, satisfactorias y de éxitos te felicito porque has llegado tan buen hijo tan buen trabajador y tan buen amigo, sigue asi te quiere mucho, exitos en todo.

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