Vanessa y yo


Entramos al hotel a las 4 de la tarde. Lo recuerdo bien porque a esa hora jugaban Argentina y Alemania, pero a nosotros poco nos importaba. Nunca nos gustó el fútbol así que subimos por el ascensor rápidamente ante la indiferencia del botones, que permaneció mirando la pantalla del pequeño televisor que tenía instalado en la recepción, sin imaginarse siquiera que estábamos a punto de cometer el suicidio más recordado en la historia de la ciudad.

¿Trajiste todo?- me pregunto Vanessa - mientras sacaba de su cartera un poco de coca y una botella de FK. Sí, todo lo que me pediste. Tiramos a un lado todo lo que había sobre la pequeña mesa de noche que tienen todas las habitaciones de los hoteles baratos y colocamos sobre ella, el arma, las dos balas y la droga. Déjeme hacerlo primero - le dije.

Siempre estuve enamorado de Vanessa, hasta el punto de olvidarme de mi mismo para sólo pensar en ella, eso era lo que me había empujado al hotel esa tarde, eso era lo que me hacía querer ser el primero en desaparecer. Ella asintió con la mirada, tenía el cabello suelto y un sólo arete circular y enorme que le llegaba hasta las mejillas. No había traído nada más que una cartera donde había colocado todo lo que necesitaríamos para llevar a cabo nuestro plan.

Coloqué el codo sobre la mesa de noche y me metí un tiro de coca, luego bebí un trago de cerveza. Vanessa me miraba atentamente como si pensara que en cualquier momento me echaría para atrás e intentaría salir de la habitación, creo que por eso cerro la puerta con llave y luego la tiro por la ventana. Pero yo no iba a huir, había huido toda mi vida y ya estaba cansado, por primera ves quería que Vanessa pensara que era un valiente, un tipo temerario como los que ella buscaba los fines de semana en las discotecas o los bares de Berlín y de los cuales hablaba siempre bien, aunque ellos la recordaran como a una puta.

Al tercer tiro ya estaba completamente fuera de mi. Me recosté sobre la cama y comencé a beber la cerveza con la cabeza extendida hacia atrás. Ella hizo lo mismo.

¿Me amas? - me pregunto mientras colocaba un poco más de coca en su mano -. Te amo, le conteste, porque para esa pregunta no tenía otra respuesta, nunca pude tener otra respuesta.

Nos abrazamos y permanecimos en silencio por varios minutos. Afuera el sonido de la gente era ensordecedor. Me acerqué a la ventana y le pregunte a uno de los fanáticos cuanto iba el partido. Exaltado me contesto que Argentina acababa de marcar un gol. Mierda - dije, en vos alta - tratando de mostrarle mi solidaridad deportiva, luego regrese la vista a la habitación y Vanessa se había colocado de nuevo sobre la mesa de noche para jalar el último tiro de coca que quedaba.

Es hora me dijo, clavándome esos ojos hermosos que no olvidaré nunca. La tome de la mano e intente besarla, pero ella me volvió el rostro. Ahora no es el mejor momento, dijo.

Cogí la pistola y la lleve hacía la cama. ¿Quieres que sea el primero?, pregunte. Ella asintió con la cabeza y yo comencé a sentir un extraño escalofrío por todo el cuerpo, las manos no me respondían bien, pero sabía que en ese momento ya no había forma de dar un paso atrás.

Recordé el día que nos conocimos. Ella llevaba una falda de colores y un polo con la cara de Madonna serigrafiada y en blanco y negro, tenia el mismo arete que había traído hoy y estaba con un grupo de amigos en el bar de "Kielog", todos pintores como ella. Yo nunca me hubiera acercado si no fuera porque ella me llamo para pedirme fuego. Ese fue nuestra primera conversación, la más cojuda, pero fue la primera. Luego la seguí a todas partes. Recibí su rechazo y su desprecio, pero luego entendió que nunca iba a alejarme de ella y que podría darle fuego a sus cigarrillos y a sus porros aún en el mismísimo infierno. El infierno lo vivimos aquí y ahora, me respondió aquella ves. No le tome importancia ya que me pareció una frase de folletín, pero para Vanessa el infierno, su infierno, estaba a punto de desaparecer en la habitación de aquel hotel donde completamente drogada me besaba de sorpresa y me decía lo mucho que me iba a extrañar.

No había tiempo para más despedidas. Cogí el arma y me lo puse en la boca, Vanessa me miraba fijamente tal ves aún conservando la esperanza de que diera un paso al costado y confirmara su teoría de que a este mundo había venido a vivir sola y a morir de la misma forma. Sin nadie que la quisiera al menos un poco.

Iba a jalar el gatillo cuando un estruendo rompió el silencio con el que la calle había permanecido por casi media hora, deje la pistola sobre la cama y me acerque a la ventana resbalándome y cayendo torpemente, tenía las imágenes confundidas en mi cabeza. "Es gol de Alemania, gol de Alemania" gritaban en las calles. El sol irradiaba la plazuela de la calles de Berlín y mirando al cielo pude ver pasar una paloma blanca huyendo del humo de las bombardas. Cuando quise girar la cabeza para decirle a Vanessa que Alemania había empatado el partido un fuerte disparo rompió el silencio que si albergaba nuestra habitación y pude ver como la sangre de su rostro manchaba la pared colocada detrás de ella.

Me acerque rápidamente y no pude contener el vomito al ver su rostro desfigurado y lleno de sangre. La cubrí con una sabana y me quede paralizado por unos minutos. No podía llorar. Luego volví a mirarla y tome la pistola de su mano, me acerque a la mesa de noche a buscar la bala que faltaba, pero nunca la encontré. Me tome el rostro con desesperación y comencé a destrozar toda la habitación en busca de la bendita bala, pero no aparecía por ningún lado. Miré la calle, pero nadie había notado el disparo. Tal ves confundieron el sonido de la bala con el de los muchos petardos que sonoron luego del gol.

Me recosté al lado de Vanessa y la abrace lo más fuerte que pude. Hubiera querido ver su rostro por última ves, pero no quedaba nada de el, más que sangre y restos de piel colgados. Pensé en saltar por la ventana, pero a la altura a la que estaba a lo mucho me rompería una pierna o las dos, me sentí completamente impotente.

De pronto se escucho nuevamente el sonido de la gente en la calle y el grito de gol que retumbo las paredes de la habitación. "Alemania campeón", "Alemania campeón" gritaban debajo desesperadamente. Voltee a ver a Vanessa. Me acerque a ella y al verla por última ves reconocí un extraño bulto en su garganta. Le toque el cuello y me di cuenta que era la bala que faltaba. Se la había tragado con el último sorbo de cerveza que tomo. ¡Mierda! Vanessa Mierda! ¡Porque lo hiciste!
Trate de salir de la habitación, pero estaba cerrada con llave. Una desesperación se apodero de mi así que decidí saltar por la ventana y romperme una pierna (o las dos), pero salir. Cuando caí al suelo y pude ver de nuevo la calle llena de vida y a la gente alborotada y eufórica me di cuenta que después de todo, Vanessa, a su modo, me había llegado a querer un poco y yo se lo agradecí con los ojos terriblemente rojos mientras me perdía entre el mar de gente que se dirigía a la plaza central a celebrar nuestra victoria.

Comentarios

  1. Oye!! qué buen cuento. Me atrapó a partir del tercer párrafo. EL elemento sorpresa está muy bien manejado. Chévere.

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