Los cuentos que yo cuento
Mi abuela, que hasta el final de sus días mantuvo la buena memoria y la paciencia, me contaba que cuando era muy niño, ella y mis tíos, pasaban horas tratando de hacerme dormir. Decía que podía estar despierto hasta altas horas de la madrugada sin mostrar el menor signo de cansancio, por lo cual, en mutuo acuerdo familiar con mi madre, decidió frenar tan insoportable costumbre amarrándome a la cama y colocando junto a ella la vieja radio de mi abuelo con un cassette de cuentos clásicos. Grande fue la sorpresa de todos cuando descubrieron que en vez de quedarme profundamente dormido escuchando las cintas; lo que hacía era mantenerme aún más despierto pidiéndoles que pusieran nuevas historias cada noche.
Escuchar aquellos cuentos me hacia feliz. Me imaginaba en el mundo de cada uno de los personajes, vivía con ellos sus aventuras, recorríamos juntos los paisajes más espectaculares y los finales felices, que en la ingenuidad de mi niñez pensaba que a mí también me tocaría vivir. (Oh sorpresa, no existen los Happy Ending)
Y de ese modo fue que hicimos un trato. Yo prometía dormirme temprano y sin alborotos a cambio de una nueva cinta cada semana. De tal modo que cada noche armaba mi propia versión del cuento que tocara y lo hacía con escenas tan impactantes que dejarían boqui abierto al mismísimo García Márquez y sintiendo a George Lucas un chancay de a veinte al lado mio.
Fue ese mi primer acercamiento a los cuentos y a las historias en general. De ahí nace el motivo de que hoy, casi 20 años después, me sienta sorprendido de haber sido llamado para ser el Asistente de Marketing del lugar que alberga las historias más maravillosas del mundo: una librería, y no cualquier librería, sino la más grande de Lima.
Lo raro es que ahora que pienso en todas las veces que me rechazaron rotundamente en cada entrevista a la que fui, siento como si un hilo invisible me hubiera ido jalando sutilmente para que terminara haciendo lo que mejor se hacer: disfrutar de las historias de otros y hacer felices a los que amo regalándoles las mías.
Felicitaciones Iván. Compartimos el mismo pasatiempo. Yo no tenía los cassettes pero sí una biblioteca que mi madre me dejó. A los 12 me impactó Gabo y no lo dejé hasta leer lo último de él. Kafka, Faulkner, Flaubert y otros fueron mis amigos más entretenidos.
ResponderEliminarUn abrazo y suerte en Crisol. Crisol a veces es como una segunda casa... lo malo es que no tienen asientos y cafetería.
Sí, eso es lo malo, pero quien sabe por ahí que se ven algunos cambios
ResponderEliminarsaludos!