Pese a todo (primera parte)
En homenaje a Peter Buckley.
Siempre he admirado a aquellos jóvenes deportistas que se levantan con el sonido de los gallos a las 5 de la mañana y salen a correr cuando aún media ciudad está en los brazos de Morfeo. Toda mi vida me ha fascinado el tesón que tienen para manejar una dieta rica en carbohidratos sin nada de grasa ni de sabor, invirtiendo su tiempo en gimnasios y en vitaminas milagrosas y casi mágicas que los convierten en todos unos dioses griegos preparados para buscar su Olimpo en las coloridas discotecas de la ciudad de Londres.
Yo, por el contrario, soy de aquellos que se las pasan sentados la mayor parte del día con el café, los cigarrillos y la computadora, todo un estereotipo de periodista. Desde que Susana me dejo no tengo horario para comer ni dormir, mi pequeño departamento mantiene un orden que solo yo puedo comprender y solo sufre ligeras modificaciones cuando de vez en cuando acoge a alguna ingenua inglesa que comparte un poco mi soledad y la suya. En buen cristiano se podría decir que mi vida es un poco desordenada y que muchas veces suelo ser un zángano. Lo bueno de todo esto es que siendo un zángano tengo más tiempo para admirar las cosas maravillosas que esta ciudad –fea para algunos- tiene para ofrecernos a nosotros los extranjeros del tercer mundo más aun si somos pobres y tenemos que caminar la mayor parte del tiempo para llegar a donde nos lleva el trabajo o la diversión.
Hoy ha sido un día diferente. Mi editor me ha despertado muy temprano con una llamada al celular para encomendarme un reportaje acerca del retiro de un conocido boxeador londinense llamado Peter Burck. Burck comenzó su carrera en 1989 con una prometedora seguidilla de 11 victorias por knock out, toda una promesa proveniente de la clase obrera de la ciudad. Sus golpes eran verdaderamente demoledores, su gancho izquierdo el más temido por sus adversarios. Su vigor y su coraje parecían los de un guerrero espartano y todo hubiera seguido así si no fuera porque un buen día sin explicación alguna el invencible Peter Burck perdió su primera pelea.
Desde ese momento la carrera de Burck no volvió a ser la misma. Desde 1989 Burck peleo en 299 combates de los cuales perdió 256 convirtiéndose en el peor boxeador de todos los tiempos según la revista “The Mirror”. La gente iba a verlo no porque esperara verlo ganar si no porque admiraba su valor de presentarse en el cuadrilátero aun cuando todos pensaran que era el más grande perdedor de todos los tiempos.
Cuando llegue al coliseo no vi a mucha gente, solo unas cuantas personas la mayoría de avanzada edad que caminaban presurosas para no mojarse con la ligera lluvia que había comenzado a caer sobre la ciudad. Al entrar a su camerino Peter aún estaba colocándose los guantes. No fue difícil acercarme a el. Su representante, un anciano con aires de alemán, me dijo que no había problemas que a Peter le encantaban las entrevistas. Lo primero que me llamo la atención al verlo fue que a pesar de los años no se le veía tan maltratado como otros boxeadores que conocía y que por mi trabajo también había podido entrevistar casi al final de sus carreras. Burk era excesivamente alto y tenia el ojo izquierdo mucho mas grande que el derecho producto tal vez de alguna pelea o de muchas.
Al verme me invito a entrar y a sentarme en una banca cerca de donde estaban sus toallas y una banda floreada que su mujer le había regalado. Inicie la conversación diciendole que no era de Londres si no de Lima y que trabajaba para un diario que me había encomendado cubrir su última pelea. El me sonrió y me dijo que le podía hacer las preguntas que creyera conveniente. Comencé por preguntarle lo más obvio. Que era lo que lo había hecho levantarse de la cama durante más de 20 años y salir al cuadrilátero sufriendo derrota tras derrota. Peter me miro entre incrédulo y serio y me dijo que lo que lo había hecho levantarse de la cama durante todos esos años era su amor al boxeo. Yo me quede sorprendido y le pregunte si alguien alguna vez lo habían tratado de convencer de dejar el boxeo por las repetidas derrotas. Burck me dijo que cientos de personas lo trataron de persuadir para que deje el boxeo y me confesó que hace algunos años estuvo a punto de dejarlo cuando su esposa se lo pidió al borde de las lagrimas, pero el le explico lo que el boxeo significaba en su vida y a ella no le quedo más que apoyarlo y seguir a su lado pese a todo. Pese a todo. Me pareció una buena frase, porque verdaderamente la familia de Peter había estado con el pese a todo. Pese a los demoledores titulares de la prensa, pese a la burla de los amigos, pese a la falta de apoyo de los que en sus primeros años fueron sus mejores y más conocidos aliados en el mundo del boxeo. No tenia más preguntas para hacerle así que termino de colocarse los guantes y entro al ring por última vez.
El peor boxeador del mundo.
Siempre he admirado a aquellos jóvenes deportistas que se levantan con el sonido de los gallos a las 5 de la mañana y salen a correr cuando aún media ciudad está en los brazos de Morfeo. Toda mi vida me ha fascinado el tesón que tienen para manejar una dieta rica en carbohidratos sin nada de grasa ni de sabor, invirtiendo su tiempo en gimnasios y en vitaminas milagrosas y casi mágicas que los convierten en todos unos dioses griegos preparados para buscar su Olimpo en las coloridas discotecas de la ciudad de Londres.
Yo, por el contrario, soy de aquellos que se las pasan sentados la mayor parte del día con el café, los cigarrillos y la computadora, todo un estereotipo de periodista. Desde que Susana me dejo no tengo horario para comer ni dormir, mi pequeño departamento mantiene un orden que solo yo puedo comprender y solo sufre ligeras modificaciones cuando de vez en cuando acoge a alguna ingenua inglesa que comparte un poco mi soledad y la suya. En buen cristiano se podría decir que mi vida es un poco desordenada y que muchas veces suelo ser un zángano. Lo bueno de todo esto es que siendo un zángano tengo más tiempo para admirar las cosas maravillosas que esta ciudad –fea para algunos- tiene para ofrecernos a nosotros los extranjeros del tercer mundo más aun si somos pobres y tenemos que caminar la mayor parte del tiempo para llegar a donde nos lleva el trabajo o la diversión.
Hoy ha sido un día diferente. Mi editor me ha despertado muy temprano con una llamada al celular para encomendarme un reportaje acerca del retiro de un conocido boxeador londinense llamado Peter Burck. Burck comenzó su carrera en 1989 con una prometedora seguidilla de 11 victorias por knock out, toda una promesa proveniente de la clase obrera de la ciudad. Sus golpes eran verdaderamente demoledores, su gancho izquierdo el más temido por sus adversarios. Su vigor y su coraje parecían los de un guerrero espartano y todo hubiera seguido así si no fuera porque un buen día sin explicación alguna el invencible Peter Burck perdió su primera pelea.
Desde ese momento la carrera de Burck no volvió a ser la misma. Desde 1989 Burck peleo en 299 combates de los cuales perdió 256 convirtiéndose en el peor boxeador de todos los tiempos según la revista “The Mirror”. La gente iba a verlo no porque esperara verlo ganar si no porque admiraba su valor de presentarse en el cuadrilátero aun cuando todos pensaran que era el más grande perdedor de todos los tiempos.
Cuando llegue al coliseo no vi a mucha gente, solo unas cuantas personas la mayoría de avanzada edad que caminaban presurosas para no mojarse con la ligera lluvia que había comenzado a caer sobre la ciudad. Al entrar a su camerino Peter aún estaba colocándose los guantes. No fue difícil acercarme a el. Su representante, un anciano con aires de alemán, me dijo que no había problemas que a Peter le encantaban las entrevistas. Lo primero que me llamo la atención al verlo fue que a pesar de los años no se le veía tan maltratado como otros boxeadores que conocía y que por mi trabajo también había podido entrevistar casi al final de sus carreras. Burk era excesivamente alto y tenia el ojo izquierdo mucho mas grande que el derecho producto tal vez de alguna pelea o de muchas.
Al verme me invito a entrar y a sentarme en una banca cerca de donde estaban sus toallas y una banda floreada que su mujer le había regalado. Inicie la conversación diciendole que no era de Londres si no de Lima y que trabajaba para un diario que me había encomendado cubrir su última pelea. El me sonrió y me dijo que le podía hacer las preguntas que creyera conveniente. Comencé por preguntarle lo más obvio. Que era lo que lo había hecho levantarse de la cama durante más de 20 años y salir al cuadrilátero sufriendo derrota tras derrota. Peter me miro entre incrédulo y serio y me dijo que lo que lo había hecho levantarse de la cama durante todos esos años era su amor al boxeo. Yo me quede sorprendido y le pregunte si alguien alguna vez lo habían tratado de convencer de dejar el boxeo por las repetidas derrotas. Burck me dijo que cientos de personas lo trataron de persuadir para que deje el boxeo y me confesó que hace algunos años estuvo a punto de dejarlo cuando su esposa se lo pidió al borde de las lagrimas, pero el le explico lo que el boxeo significaba en su vida y a ella no le quedo más que apoyarlo y seguir a su lado pese a todo. Pese a todo. Me pareció una buena frase, porque verdaderamente la familia de Peter había estado con el pese a todo. Pese a los demoledores titulares de la prensa, pese a la burla de los amigos, pese a la falta de apoyo de los que en sus primeros años fueron sus mejores y más conocidos aliados en el mundo del boxeo. No tenia más preguntas para hacerle así que termino de colocarse los guantes y entro al ring por última vez.
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