Zoo

Cuando Cristian despertó temprano aquella mañana lo primero que vio fueron los ojos tibios de su madre que le jalaba las sabanas. Al entrar a la sala se dio cuenta que sobre la mesa ya estaban las cartas que cada día el mensajero dejaba con la misma desesperante puntualidad con la que llega todo aquello que uno no desea recibir.

Dentro de aquella maraña de papeles reciclados se encontraban cupones del supermercado, publicidad de electrodomésticos y una carta de un tal Roberto Morales, la quinta que llegaba esa semana y que le producía a su madre un sudor frió en el pecho.

-Mama, ¿quien es ese señor Roberto Morales? está llamando por teléfono todos los días – dijo Cristian moviendo exageradamente las manos.

Su madre no contesto y siguió ordenando la sala, recogiendo medicinas de la alacena, guardando los juguetes, alistando todo para salir al zoológico.

El paseo al zoológico había sido planeado hace meses, y únicamente se había ido postergando por la delicada salud de Cristian y por la falta de tiempo de su madre. Finalmente aquel sábado coincidieron en tiempo, es decir, su madre invento estar enferma para faltar al trabajo mientras Cristian oculto sus terribles dolores en el pecho con una sonrisa que ella interpreto como sincera.

Al llegar lo primero que hicieron fue ir a ver a los tigres. A Cristian siempre le habían fascinado los tigres y los leones, claro que a su edad pensaba que eran unos gatos grandes con una madre descuidada, por un momento se sintió feliz te tener el pelo corto y ordenadito.

El tigre iba y venía de un lado al otro de la jaula y veía a todos de manera desafiante e intimidadora. Cuando ya toda la gente había pasado de la jaula del tigre a la de los monos Cristian permaneció en su lugar mirando fijamente al tigre y moviendo las manos exageradamente. Luego de unos minutos esbozo una sonrisa que su madre no pudo percibir.

Cristian había tenido la idea de que tal vez aquel tigre podría comunicarse con el. Escuho y tuvo miedo. Comenzó a mover las manos, las acercaba a su boca y señalaba su pecho para luego apuntar directamente al animal con su índice. La gente, que esta vez había llegado de nuevo en un grupo mucho más reducido miraba con cierta ternura al muchacho, una ternura que su madre no entendió. Así que tomo a Cristian del brazo y se lo llevó mirando a ambos lados de la jaula clavando su mirada en un hombre de saco gris.

Fueron a ver a las jirafas. Cristian forcejeaba con su madre, luchaba por safarse de su brazo, pero era inútil, la diferencia de fuerzas era evidente. Empezó a llorar, pero nadie lo percibió, nunca se podía percibir su llanto. Su madre desconcertada acaricio su cabello y trato de aliviar su desesperación. No parecía un simple berrinche.


Siguieron observando a las jirafas, la gente se acercaba para darles de comer, entre la multitud alguien observaba la escena entre Cristian y su madre con suma atención. Ella se puso algo nerviosa y se dirigió hacia la salida. No le gustaba que los miraran como bichos raros.

- Ya es tarde amor, vamos a la casa, ya cálmate – dijo la madre de Cristian.

El muchacho se calmo un poco, pero aún seguía moviendo exageradamente las manos comenzó a hacer algunas señales. Una cruz, una pistola, llevo sus pequeñas manos hasta sus dientes tratando de imitar unos colmillos. La madre reía y lo abrazaba más fuerte a su pecho. La desesperación del muchacho iba en aumento, quería gritar con todas sus fuerzas, quería salirse de aquella pequeña prisión en la que los brazos de su madre se habían convertido.

De pronto se escucho un disparo.

En el suelo, Cristian, con la cabeza llena de sangre vio por última vez los ojos tibios de su madre muerta. Al instante la muchedumbre se acerco a ellos formando un círculo igual al que unos minutos antes se había formado alrededor de la jaula del tigre quien as u ves los miraba con una inquietante atención.

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