Doña Marcelita
Mamá siempre decía que mi abuela (su suegra) era una buena persona. Es un poco histérica a veces ¿no te parece?, pero linda ¿no? -me decía con una sonrisa- tal vez esperando que yo reaccionara en algún momento dándole pie a ella de comenzar "el raje".
Cuando una ves por curiosidad le pregunte porque pensaba que la abuela era una buena persona, se quedo tan callada y nerviosa que comprendí de pronto que hay cosas que se tienen que decir por convención, por un mutuo acuerdo que no tiene que ver muchas veces ni con el amor ni con la prudencia sino únicamente con la más hermosa de las hipocresías.
Con el paso de los años tuve la oportunidad de conocer grandes mujeres (y digo grandes en un sentido literal, pues la mayoría de ellas me llevaba más de una cabeza de altura, por lo menos) las cuales durante algunos meses u años tuvieron el papel de "suegras" en mi vida. Ellas pasaron a formar parte de mis relaciones, algunas muy alegremente me recibieron en sus casas con una intimidadora amabilidad, otras simplemente hacían como si no existiera y no recordaban si me llamaba Juan o Iván, pero todas fueron y son para mi, el principal referente a la hora de pensar en aquellas mujeres que uno considera buenas porque, esta de mas decirlo, tiene que considerarlas así si quiere mantener el statu quo de su amorosa relación.
De todas las suegras que he tenido, que no han sido muchas, doña Marcela es a la que más recuerdo. No solo porque haya sido la madre de la mujer de la mujer que me marco la vida, sino porque además fue la persona que más me detesto y que hizo todo lo humanamente posible para separarme de su inmaculada hija.
Doña Marcela era divorciada y la mayor parte de su vida fue madre soltera, amargada, pero justificada. Tenía el rostro duro como una piedra y nunca sonreía sino en pocas y memorables ocasiones una de ellas supongo al enterarse un día que su adorada hija había roto conmigo.
Llamadas intimidadoras, miradas inquisitivas, comentarios agresivos fueron sólo algunas de las cosas que hizo para salvar a su hija del tan degenerado monstruo y ladrón en el que me había convertido en tan solo cuatro meses de dulce y candido enamoramiento.
Cuando yo, en mi tonta inocencia, le pregunte un día a Lucia el porque del odio de su madre a sus novios, ella me contesto que nunca había sido así con nadie mas que conmigo. Lo cual debo de admitir, con un rubor en el rostro, me hizo sentir especial.
Tal vez haya sido el hecho de saber que su hija me amaba demasiado y que yo...pues, no estaba listo para asumir un compromiso serio con ella, o el recordar que una ves por descuido haya entrado en su casa sin que se de cuenta y la haya visto en el baño con la puerta abierta sentada y pensativa o al hecho de imaginar que su hija tenía que conseguirse un mejor partido como una ves me dijo: alto, con futuro y si es extranjero mejor.
No me soportaba, no la culpo, a veces ni yo mismo me soporto, pero me tenía una cólera que sólo parecía justificarse con el hecho de pensar que su hija se había metido con el anticristo o con la más cercana de sus reencarnaciones.
Donde quiera que este yo la voy a recordar siempre. No por sus histéricas llamadas ni por su ligero odio, sino porque se convirtió para mi en toda una caricatura de lo que significa ser una verdadera suegra, y si es verdad eso que si quieres saber como será tu mujer cuando los años se le pongan encima mires a su madre, pues doy gracias al cielo de que Lucia haya sido tan acertada e inteligente de dejar a un lado a este chico confuso y malcriado que le pide porfavor mantener a su madre lo más lejos que pueda y el a cambio promete que pronto, muy pronto, sacara de su memoria la imagen de doña Marcelita en el baño, frunciendo la frente, levantándose los pantalones y mirándolo avergonzada.
Cuando una ves por curiosidad le pregunte porque pensaba que la abuela era una buena persona, se quedo tan callada y nerviosa que comprendí de pronto que hay cosas que se tienen que decir por convención, por un mutuo acuerdo que no tiene que ver muchas veces ni con el amor ni con la prudencia sino únicamente con la más hermosa de las hipocresías.
Con el paso de los años tuve la oportunidad de conocer grandes mujeres (y digo grandes en un sentido literal, pues la mayoría de ellas me llevaba más de una cabeza de altura, por lo menos) las cuales durante algunos meses u años tuvieron el papel de "suegras" en mi vida. Ellas pasaron a formar parte de mis relaciones, algunas muy alegremente me recibieron en sus casas con una intimidadora amabilidad, otras simplemente hacían como si no existiera y no recordaban si me llamaba Juan o Iván, pero todas fueron y son para mi, el principal referente a la hora de pensar en aquellas mujeres que uno considera buenas porque, esta de mas decirlo, tiene que considerarlas así si quiere mantener el statu quo de su amorosa relación.
De todas las suegras que he tenido, que no han sido muchas, doña Marcela es a la que más recuerdo. No solo porque haya sido la madre de la mujer de la mujer que me marco la vida, sino porque además fue la persona que más me detesto y que hizo todo lo humanamente posible para separarme de su inmaculada hija.
Doña Marcela era divorciada y la mayor parte de su vida fue madre soltera, amargada, pero justificada. Tenía el rostro duro como una piedra y nunca sonreía sino en pocas y memorables ocasiones una de ellas supongo al enterarse un día que su adorada hija había roto conmigo.
Llamadas intimidadoras, miradas inquisitivas, comentarios agresivos fueron sólo algunas de las cosas que hizo para salvar a su hija del tan degenerado monstruo y ladrón en el que me había convertido en tan solo cuatro meses de dulce y candido enamoramiento.
Cuando yo, en mi tonta inocencia, le pregunte un día a Lucia el porque del odio de su madre a sus novios, ella me contesto que nunca había sido así con nadie mas que conmigo. Lo cual debo de admitir, con un rubor en el rostro, me hizo sentir especial.
Tal vez haya sido el hecho de saber que su hija me amaba demasiado y que yo...pues, no estaba listo para asumir un compromiso serio con ella, o el recordar que una ves por descuido haya entrado en su casa sin que se de cuenta y la haya visto en el baño con la puerta abierta sentada y pensativa o al hecho de imaginar que su hija tenía que conseguirse un mejor partido como una ves me dijo: alto, con futuro y si es extranjero mejor.
No me soportaba, no la culpo, a veces ni yo mismo me soporto, pero me tenía una cólera que sólo parecía justificarse con el hecho de pensar que su hija se había metido con el anticristo o con la más cercana de sus reencarnaciones.
Donde quiera que este yo la voy a recordar siempre. No por sus histéricas llamadas ni por su ligero odio, sino porque se convirtió para mi en toda una caricatura de lo que significa ser una verdadera suegra, y si es verdad eso que si quieres saber como será tu mujer cuando los años se le pongan encima mires a su madre, pues doy gracias al cielo de que Lucia haya sido tan acertada e inteligente de dejar a un lado a este chico confuso y malcriado que le pide porfavor mantener a su madre lo más lejos que pueda y el a cambio promete que pronto, muy pronto, sacara de su memoria la imagen de doña Marcelita en el baño, frunciendo la frente, levantándose los pantalones y mirándolo avergonzada.
Comentarios
Publicar un comentario