Reproches en una noche de desvelo
La vieja cadena de plata de tu tía estuvo guardada por años como la reliquia familiar más custodiada de la casa y no hubieras sabido nunca de su existencia si no fuera porque una noche cuando todos dormían Rosario fue de cuarto en cuarto preguntando si habían visto su cadena, por supuesto a ti no te preguntó nada, ella sabía que no eras muy observador que digamos y que era muy probable que con la edad que tenías todavía no supieras la diferencia entre un collar y una cadena.
Cuando finalmente luego de una llamada supo que la había dejado olvidada en la casa de una amiga ya a todos en tu casa se les había extraviado el sueño, pero parecían estar más tranquilos con el hecho de saber que la bendita cadenita había aparecido.
Al día siguiente, al volver de la escuela, no encontraste a nadie en casa y aunque eran muchos los deberes que te habían dejado tiraste tu mochila en un rincón de tu cuarto y te echaste a ver televisión toda la tarde hasta que a las seis llegó tu abuela junto con Rosario, quien la había acompañado a recoger su pensión muy temprano para luego irse a pasear por ahí, casi nunca salían juntas, pero no te pareció extraño.
Sin necesidad de que te digan nada apagaste la televisión y recogiste tu mochila del suelo, pusiste tus libros sobre la mesa y empezaste a hacer tus deberes. Cuando tu abuela se dio cuenta que recién habías comenzado con la tarea le pidió a Rosario que te ayudara para que no terminaras muy tarde ya que era malo que trasnocharas y te explico que era necesario que durmieras las ocho horas que necesitaba tu cuerpo para recuperar sus fuerzas, claro que Rosario no pensaba así, para ella el sueño era directamente proporcional al tamaño de la persona y creía que con el tamaño que tenias dormir cuatro horas era suficiente y hasta de más para estar como nuevo al siguiente día.
Para ti la idea de ser ayudado por Rosario no era nada agradable ya que era una persona con muy poca paciencia a la que no le gustaban los niños, por eso pensabas que todos los ancianos de treinta años eran así: amargados.
La tarea era de matemáticas. Resolver veinte sumas. Comenzaste resolviendo las más fáciles, las que sumaban números de un solo dígito para luego resolver las de dos. La mirada de Rosario estaba fija en ti parecía como si estuviera esperando una mínima equivocación para tomarte del cabello y arrojarte sobre la mesa,- claro que esa imagen era un poco exagerada-, tu empezaste a ponerte nervioso, su mirada seguía fija en ti y cuando intentabas voltear el cuello para mirarla ella te ponía la mano en la cabeza para decirte que no te distrajeras y siguieras trabajando.
Cada vez era mas difícil sostener el lápiz sobre la hoja, tratabas de escribir lo mas suave posible por el temor de que la punta se partiera y Rosario te llamara la atención por descuidado y torpe. Finalmente llego el último problema del cuaderno. Era una suma de dos dígitos. Miraste cada numero buscando una pequeña ayuda cuando de pronto Rosario te quito el lápiz de golpe y te pidió que lo sumaras mentalmente, tus ojos estaban al borde de las lagrimas, pero no podías abandonar aquella silla en la que estabas,
no podías huir a ningún lado así que miraste por ultima vez los números de la hoja, doce mas quince, luego serraste los ojos para abrirlos de rato en rato para saber si Rosario aun quería la respuesta, repetiste para ti mismo, doce mas quince, y otra vez tu mente estaba en blanco y en lo único que podías pensar era en que Rosario era mala y que te odiaba.
Cuando de pronto se te ocurrió la idea de ocultar tus manos por debajo de la mesa y contar con tus dedos. Doce más uno: trece, doce mas dos: catorce, pero fuiste tan obvio que Rosario se dio cuenta y te peñisco en el hombro por tratar de engañarla y aunque tus ojos querían llorar, por dentro no querías darle ese placer y lo intentaste por ultima vez, doce mas quince… es veintiséis, sí doce mas quince es veintiséis, fallaste por un número, pero para Rosario eso era imperdonable y te hizo hacer diez ejercicios más esa misma noche, pero hora si podías utilizar el lápiz.
Cuando por fin terminaste comenzaste a dar vueltas en la cama buscando la forma de vengarte de Rosario por que ella era mala y la odiabas.
Así estuviste media hora hasta que finalmente esbozaste una sonrisa de satisfacción pues parecías haber encontrado tu venganza, era solo cuestión de esperar hasta mañana.
Con la llegada del alba y el sonido del panadero que pasaba por la puerta de la casa todos se habían despertado para realizar sus labores, tomaron desayuno rápidamente (como siempre solían hacer) y salieron dejando la casa vacía.
Ese día en el colegio todo transcurrió más rápido que de costumbre y cuando regresaste a casa aun nadie había llegado. Al subir la mirada por entre el pasadizo viste que el cuarto de Rosario estaba abierto. Era hora de poner en marcha el plan.
Aseguraste la puerta principal para que nadie entrara y lentamente fuiste abriendo la puerta del cuarto como temiendo despertar a algún dragón que cuidara las cosas de Rosario, entraste de puntillas y tomaste el espejo de mano que estaba sobre su cama, cuando te viste te preguntaste si era malo estar en segundo año y no saber sumar mentalmente, pero ese pensamiento paso muy rápido como todo ese día, cuando dejaste el espejo sobre la cama encontraste que junto a el había una pequeña llave dorada que parecía diferente a cualquiera que hubieses visto antes. La levantaste despacio por temor a que se rompa y buscaste con la mirada que seria lo que podrías abrir con ella.
Si bien el cuarto de Rosario no era espacioso todo estaba colocado de manera armónica y nada parecía ocupar un lugar, dentro de el, por simple casualidad, en especial el ropero marrón que estaba frente a su cama y que a pesar de ser un mueble viejo se conservaba casi intacto. Pensaste que talvez la llave que lo abriese debía ser vieja y de un color oscuro, pero no perdías nada con intentar abrirlo con la llave dorada así que la colocaste en la ranura y luego de darle dos vueltas hacia la izquierda, empujaste con cuidado.
Dentro habían muchos sacos y blusas de diferentes colores, también cuadernos viejos y una camisa blanca pintada toda con plumón que de seguro olvido lavar. Abajo, en el último de los tres cajones que tenía aquel ropero, encontraste una caja de color azul muy oscuro y como el azul era el color favorito de rosario pensaste en romperla, pero primero tenías que ver que había dentro de ella.
Cuando la abriste la misma sonrisa maliciosa que habías tenido la noche anterior antes de dormir se volvió a colocar en tu rostro, era casi imposible tanta casualidad, la cadenita de oro que tanto quería rosario estaba ahí, siempre había estado escondida ahí, no sabias que hacer con ella, la sacaste de la caja, luego acomodaste todo como había estado tratando de no dejar ningún rastro del robo, volviste a cerrar el ropero y a entrecerrar la puerta, corriste a la sala y pensaste en votarlo por la ventana al jardín, pero entonces se te ocurrió una mejor idea caminaste triunfante hacia el baño de la casa abriste la tapa del escusado y luego de arrojar la bendita cadenita jalaste la palanca con todas tus fuerzas gritando: ¡muere bruja¡
No fue si no hasta dos días después que Rosario se entero de que su cadenita no estaba y de que talvez nunca había estado ahí. No pregunto por ella y es que talvez era mejor que desapareciera pues simbolizaba mucho para ella, pero ya nada para la persona que se la había entregado, un novio de su juventud con el que casi se casa y al que nunca volvió a ver. Ahora el recuerdo había sido arrojado definitivamente de la casa por un niño que no sabía sumar mentalmente para ir a dar a algún desagüe de la ciudad.
Cuando finalmente luego de una llamada supo que la había dejado olvidada en la casa de una amiga ya a todos en tu casa se les había extraviado el sueño, pero parecían estar más tranquilos con el hecho de saber que la bendita cadenita había aparecido.
Al día siguiente, al volver de la escuela, no encontraste a nadie en casa y aunque eran muchos los deberes que te habían dejado tiraste tu mochila en un rincón de tu cuarto y te echaste a ver televisión toda la tarde hasta que a las seis llegó tu abuela junto con Rosario, quien la había acompañado a recoger su pensión muy temprano para luego irse a pasear por ahí, casi nunca salían juntas, pero no te pareció extraño.
Sin necesidad de que te digan nada apagaste la televisión y recogiste tu mochila del suelo, pusiste tus libros sobre la mesa y empezaste a hacer tus deberes. Cuando tu abuela se dio cuenta que recién habías comenzado con la tarea le pidió a Rosario que te ayudara para que no terminaras muy tarde ya que era malo que trasnocharas y te explico que era necesario que durmieras las ocho horas que necesitaba tu cuerpo para recuperar sus fuerzas, claro que Rosario no pensaba así, para ella el sueño era directamente proporcional al tamaño de la persona y creía que con el tamaño que tenias dormir cuatro horas era suficiente y hasta de más para estar como nuevo al siguiente día.
Para ti la idea de ser ayudado por Rosario no era nada agradable ya que era una persona con muy poca paciencia a la que no le gustaban los niños, por eso pensabas que todos los ancianos de treinta años eran así: amargados.
La tarea era de matemáticas. Resolver veinte sumas. Comenzaste resolviendo las más fáciles, las que sumaban números de un solo dígito para luego resolver las de dos. La mirada de Rosario estaba fija en ti parecía como si estuviera esperando una mínima equivocación para tomarte del cabello y arrojarte sobre la mesa,- claro que esa imagen era un poco exagerada-, tu empezaste a ponerte nervioso, su mirada seguía fija en ti y cuando intentabas voltear el cuello para mirarla ella te ponía la mano en la cabeza para decirte que no te distrajeras y siguieras trabajando.
Cada vez era mas difícil sostener el lápiz sobre la hoja, tratabas de escribir lo mas suave posible por el temor de que la punta se partiera y Rosario te llamara la atención por descuidado y torpe. Finalmente llego el último problema del cuaderno. Era una suma de dos dígitos. Miraste cada numero buscando una pequeña ayuda cuando de pronto Rosario te quito el lápiz de golpe y te pidió que lo sumaras mentalmente, tus ojos estaban al borde de las lagrimas, pero no podías abandonar aquella silla en la que estabas,
no podías huir a ningún lado así que miraste por ultima vez los números de la hoja, doce mas quince, luego serraste los ojos para abrirlos de rato en rato para saber si Rosario aun quería la respuesta, repetiste para ti mismo, doce mas quince, y otra vez tu mente estaba en blanco y en lo único que podías pensar era en que Rosario era mala y que te odiaba.
Cuando de pronto se te ocurrió la idea de ocultar tus manos por debajo de la mesa y contar con tus dedos. Doce más uno: trece, doce mas dos: catorce, pero fuiste tan obvio que Rosario se dio cuenta y te peñisco en el hombro por tratar de engañarla y aunque tus ojos querían llorar, por dentro no querías darle ese placer y lo intentaste por ultima vez, doce mas quince… es veintiséis, sí doce mas quince es veintiséis, fallaste por un número, pero para Rosario eso era imperdonable y te hizo hacer diez ejercicios más esa misma noche, pero hora si podías utilizar el lápiz.
Cuando por fin terminaste comenzaste a dar vueltas en la cama buscando la forma de vengarte de Rosario por que ella era mala y la odiabas.
Así estuviste media hora hasta que finalmente esbozaste una sonrisa de satisfacción pues parecías haber encontrado tu venganza, era solo cuestión de esperar hasta mañana.
Con la llegada del alba y el sonido del panadero que pasaba por la puerta de la casa todos se habían despertado para realizar sus labores, tomaron desayuno rápidamente (como siempre solían hacer) y salieron dejando la casa vacía.
Ese día en el colegio todo transcurrió más rápido que de costumbre y cuando regresaste a casa aun nadie había llegado. Al subir la mirada por entre el pasadizo viste que el cuarto de Rosario estaba abierto. Era hora de poner en marcha el plan.
Aseguraste la puerta principal para que nadie entrara y lentamente fuiste abriendo la puerta del cuarto como temiendo despertar a algún dragón que cuidara las cosas de Rosario, entraste de puntillas y tomaste el espejo de mano que estaba sobre su cama, cuando te viste te preguntaste si era malo estar en segundo año y no saber sumar mentalmente, pero ese pensamiento paso muy rápido como todo ese día, cuando dejaste el espejo sobre la cama encontraste que junto a el había una pequeña llave dorada que parecía diferente a cualquiera que hubieses visto antes. La levantaste despacio por temor a que se rompa y buscaste con la mirada que seria lo que podrías abrir con ella.
Si bien el cuarto de Rosario no era espacioso todo estaba colocado de manera armónica y nada parecía ocupar un lugar, dentro de el, por simple casualidad, en especial el ropero marrón que estaba frente a su cama y que a pesar de ser un mueble viejo se conservaba casi intacto. Pensaste que talvez la llave que lo abriese debía ser vieja y de un color oscuro, pero no perdías nada con intentar abrirlo con la llave dorada así que la colocaste en la ranura y luego de darle dos vueltas hacia la izquierda, empujaste con cuidado.
Dentro habían muchos sacos y blusas de diferentes colores, también cuadernos viejos y una camisa blanca pintada toda con plumón que de seguro olvido lavar. Abajo, en el último de los tres cajones que tenía aquel ropero, encontraste una caja de color azul muy oscuro y como el azul era el color favorito de rosario pensaste en romperla, pero primero tenías que ver que había dentro de ella.
Cuando la abriste la misma sonrisa maliciosa que habías tenido la noche anterior antes de dormir se volvió a colocar en tu rostro, era casi imposible tanta casualidad, la cadenita de oro que tanto quería rosario estaba ahí, siempre había estado escondida ahí, no sabias que hacer con ella, la sacaste de la caja, luego acomodaste todo como había estado tratando de no dejar ningún rastro del robo, volviste a cerrar el ropero y a entrecerrar la puerta, corriste a la sala y pensaste en votarlo por la ventana al jardín, pero entonces se te ocurrió una mejor idea caminaste triunfante hacia el baño de la casa abriste la tapa del escusado y luego de arrojar la bendita cadenita jalaste la palanca con todas tus fuerzas gritando: ¡muere bruja¡
No fue si no hasta dos días después que Rosario se entero de que su cadenita no estaba y de que talvez nunca había estado ahí. No pregunto por ella y es que talvez era mejor que desapareciera pues simbolizaba mucho para ella, pero ya nada para la persona que se la había entregado, un novio de su juventud con el que casi se casa y al que nunca volvió a ver. Ahora el recuerdo había sido arrojado definitivamente de la casa por un niño que no sabía sumar mentalmente para ir a dar a algún desagüe de la ciudad.
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